viernes, 1 de julio de 2011

¿Cuándo paró la música?

Te pasas la vida siguiendo Las Pautas. Haces las cosas según Las Normas. Sigues tu evolución acorde con Lo Estipulado. Según todo esto, se supone que llegas a Buen Fin.

Pero, ¿qué pasa si, después de todo lo seguido, de todo lo vivido y de todos los pasos marcados como correctos te das cuenta de que te han timado? La sensación no es agradable, doy fe.

Intentas hacer las cosas lo mejor posible en todos los campos, ya no sólo porque así esté estipulado, sino porque ésa es tu forma de ser (quizá porque lo lleves implícitamente inscrito en tus genes, quizá por aprendizaje y/o asimilación). Sabes que vivir no es fácil, hasta aceptas estoicamente que no hay alegrías sin penas, ni recompensa sin esfuerzo (éste dogma es cada vez más discutible…). Por eso no desistes de tu Buen Camino, confiando en que algún día te tocará a ti recibir esa recompensa, como quien juega cada semana durante toda su vida a los mismos números en la Primitiva.

Ya no es sólo cuestión de un “¡Coño, me lo merezco!” (al que llegas después de haber pasado previamente por un “Bueno…igual hago algo mal” o un contraproducente y autodestructivo “Bueno…quizás es culpa mía”). Ya es por cuestión de probabilidad (“algún día me tocará…”). Pero acabas dándote cuenta de que las matemáticas, al contrario de lo que se cree, no son una ciencia tan exacta (…y si eres de Letras, el escepticismo aumenta exponencialmente, por muy paradójico que parezca).

Y te invade un intermitente “¿Y yo qué? / ¿Y yo cuándo?” que golpea tu cerebro cuando menos te lo esperas, bloqueándote la capacidad de reaccionar racionalmente ante cualquier vicisitud vital.

Y sientes que la vida es como el juego de las sillas. De repente, suena la música y todo el mundo gira al ritmo de ésta, entorno de unas pocas sillas colocadas en círculo. Tú haces lo propio. Andas y giras, andas y giras, siguiendo siempre el mismo circuito. Caminas en fila con la multitud, pasando por los mismos puntos una y otra vez. No avanzas, pero tampoco dejas de caminar.

Y, de repente, cuando ya te has acostumbrado, cuando crees que la inercia te llevará a un buen final (a pesar de que no haya meta establecida), te das cuenta de que estás girando sólo, que todo el mundo está sentado, cada uno en una silla. Cuando acabas de asimilarlo del todo, dejas de andar en círculos, te paras y piensas “pero… ¿cuándo paró la música?” “Y ¿por qué todo el mundo se ha dado cuenta menos yo?”

Superado el momento de confusión e impotencia, piensas en posibles soluciones:

a) Te haces con una de las sillas arrebatándosela a alguno de los sentados de forma violenta. Pero no, no va con tu naturaleza.

b) Sigues andando en círculos esperando que algún acomodado se canse de su posición y, así, aprovechar un despiste para ocupar su sitio. Pero tampoco: si crees que ellos se van a cansar antes que tú, estás muy equivocado.

c) Sigues andando en círculos esperando que vuelva a sonar la música, confiando en que esta vez estarás más atento al stop. Sí, supones que esa es la mejor opción, pero también tiene un pero: ¿cuándo volverá a sonar la música?

En tiempos de escepticismo generalizado cuesta cada vez más creer en utopías y parece demasiado utópico pensar que la música pronto volverá a sonar, cuando ya apenas oyes a nadie silbar.

Quizá lo más inteligente será decantarse por la solución “Otros”: comenzar a cantar tú o buscar otro juego, que éste ya hace tiempo que perdió la gracia.

Datos personales

Seguidores