lunes, 22 de agosto de 2011

“No acabes conmigo”: el grito de una época

Todo vuelve". "Andamos escasos de originalidad”. Argumentos recurrentes de los que no parece salvarse nadie. Ni siquiera los grandes. Y, para muestra, Super 8.

Es básica, de argumento excesivamente simple y poco desarrollado y carente de originalidad. A muchos les ha decepcionado (y los que quedan). Y lo entiendo. Pero a mí me ha gustado. A mí como a tantos y tantos niños grandes que añoran, como su propio productor, el cine de esa época (aunque ésta en concreto sea más de la autodenominada como “de transición”: del 79 al 81).

Una época que vivieron o reconstruyeron a través de su cine, cuya estela aún perdura. No hay más que ver la fiebre retro que invade a jóvenes modernos que no nacieron en la década de los 70 (ni siquiera en la de los 80) y a no tan jóvenes y más maduros que la vivieron de niños y adolescentes y se niegan a dejarla atrás, por todo lo que, de una u otra forma, ésta les aportó. Polaroid, Lomo, Casio, vinilo, pantalón de talle alto, campana, largas melenas con volumen, plataformas, camisetas con leyendas y símbolos de series o personajes míticos de esas décadas, juguetes que nuestras madres tiraron y ahora se pagan por Ebay a precio de oro… (Gracias, mamá). Sentimiento o moda, vive más que nunca. Todo vuelve, resucitando con fuerza, pero sin llegar a ser auténtico. Como este film.

¿Oportunismo o innovación? ¿Agotamiento de ideas o visión comercial? ¿O lo primero camuflado en lo segundo? Ante la falta de argumentos, la solución es recurrir a la nostalgia. La carencia de ideas de futuro nos lleva a mirar al pasado.

Sea como sea, la cinta (término acuñado también en dicha época) es más del productor que del director-guionista. La marcada huella de Spielberg apenas deja ver señales del sello J.J. Quizá porque el segundo es sólo brillante en lo suyo, en la narración seriada. Quizá porque la sombra del primero es demasiado alargada. Al margen de la causa, el resultado final es la reafirmación de una marca personal, de un estilo propio, forjado en aquella misma época. Como los alienígenas visitantes de sus películas, él también busca la manera de volver a casa, a su periodo dorado, del que siempre será un maestro. Maestro en plasmar ilusiones: las de sus personajes y las que crea con su cine. (Ilusión: otro elemento del que también andamos escasos y que sobra en sus películas, como la amistad pura y la inocencia).

Y, como buen maestro, conoce todos los ingredientes de su plato estrella, aunque éste ya no sepa igual. Pero se le permite haber perdido el punto y volver a cocinar aunque soso porque, al fin y al cabo, el plato lo inventó él mismo. Ésta película no pasará a la historia; y no sólo por su simplicidad o carencias, sino porque, en cierto modo, ya es historia, como homenaje a una época (su propio título es ya una declaración de intenciones) y a un género que, en su momento, la hizo.

Por todo ello, por todo lo evocado y revivido, y por el detalle final en los créditos, a pesar de no quedar lleno, no cuesta mucho salir del cine con una sonrisa infantil en los labios, pensando en la autenticidad de aquella época y no en la que a ésta tanto le falta.

¿Renovarse o morir? Este cine no morirá nunca. Porque lo pide a gritos, como la canción de la ELO de su bso, y porque vivirá para siempre en el espíritu de “sus niños”.



miércoles, 3 de agosto de 2011

En el vaivén de planes sin marcar...








...el Universo acaba llevando a cada uno allí donde quiere estar.
Habría mucho más que añadir, pero por hoy prefiero dejarlo aquí.

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