domingo, 21 de noviembre de 2010

Alma

Alma from Rodrigo Blaas on Vimeo.


Más allá de este entrañable así como inquietante corto de Rodrigo Blaas (español que trabaja para Pixar), se esconde un mensaje de gran profundidad.
Del mismo modo que la imagen de la protagonista en el escaparate, la historia es un perfecto reflejo la dualidad del ser humano. Somos muñecos: un cuerpo, físico y tangible, pero inmóvil e inerte sin un alma que lo mueva, que le guíe y le de vida. Pero a su vez, esa alma, fascinada por la propia imagen, queda atrapada en el cuerpo, que actúa como limitador de nuestras propias capacidades. La mente es mucho más capaz y poderosa que el cuerpo, pero al vivir y expresarnos a través de él, aquélla baja su listón para adaptarse a éste y olvidamos la divinidad que hay en lo humano, el infinito poder que reside en nosotros.
Visto de otra manera, el cuerpo, como la muñeca de Alma, es una imagen imperfecta e incompleta de ella misma. Pero, cuando decide unirse a ella, se siente atrapada. No está sola. No lo estamos. Nos acompañamos los unos a los otros en el camino de la vida, como muñecos que comparten espacio en una juguetería. Pero vivimos atrapados por aquello que experimentamos a través de los sentidos, relegando a nuestra niña Alma a vivir cautiva. Vivimos aislados de nosotros mismos por no escucharnos a nosotros mismos, por no escuchar a nuestra Alma.
La única manera de liberarla es tomar conciencia de ella, saber que en nosotros vive la pequeña gran Alma. No ignorarla y dejarla salir, expresarse, sentir, crear y manifestarse en su totalidad, más capaz y poderosa que nuestro físico, más allá de nuestros cuerpos de muñeco.

miércoles, 3 de noviembre de 2010

Instrucciones para ser razonablemente feliz

(de Lucía Etxebarría)

- Enamórate de alguien que te corresponda.

- Trabaja en algo que te guste. ( Con la crisis está un poco dificil pero empeñáte todo lo posible por conseguirlo. No estudies nunca una carrera solo porque tus padres te lo impusieron: es la mejor manera de joderte la vida)

- Toma tus propias decisiones: no hagas cosas solo para satisfacer a otros o por no decepcionarles.

- Aprende a vivir con poco dinero. Los placeres más satisfactorios de la vida son gratuitos.

- Evita a los vampiros energéticos: fuera de tu vida chantajistas sentimentales, manipuladores, victimistas o adictos a cualquier tipo de sustancia. Si ves que tras pasar una hora con una persona empiezas a sentirte mal, bórrala de tu lista de amigos. Si se trata de alguien de tu familia, cada vez que le hagas una visita repítete este mantra como escudo protector: Yo no soy responsable de tu vida, tú no eres responsable de la mía.

- No te compares nunca con los demás. Tú eres tú, por ti mismo/a.

- No has fracasado: estás aprendiendo del error.

- El miedo engendra miedo y la violencia engendra violencia.

- Eres autosuficiente, puedes vivir por ti solo/a. Un adulto no depende de otras personas para sobrevivir.

- La felicidad no se basa en las posesiones, en el poder o el prestigio, sino en el amor y en el respeto.

- Toma decisiones. Mejor arriesgarse a equivocarse que no hacer nada.

- Deja de culpara a los demás y hazte responsable de tu vida. No puedes controlar a los demás ni a los acontecimientos, pero sí puedes controlar tus reacciones y tu manera de comportarte.

- Ten siempre en cuenta que al final de tu vida vas a arrepentirte más de las cosas que NO hiciste que de las que hiciste.

martes, 2 de noviembre de 2010

Je t'aime, la simplicité

Deliciós pop naïf. Perfecta opció d'estil en un món on prima l'excés, però en el que, per sort, uns pocs s'estan adonant de que "menys és més", de que la simplicitat no és sinònim d'ignorància ni de manca de talent, sinó d'evolució. La saviesa del tornar a allò petit, als orígens, a l'essència, que és el que, en realitat, importa, arriba, diu, commou, transmet...

Anna Roig i l'ombre de ton chien - Je t'aime from Lyona Alyona on Vimeo.

sábado, 30 de octubre de 2010

¿Qué tal si...?


(Fragmento de La paleta del pintor, de Claudio Casas)

Trabas imaginarias, prejuicios, rigideces e inhibiciones nos privan de nuestra espontaneidad, de nuestra respuesta hábil, de nuestra capacidad de fluir y de ser tal cual somos. De registrar y atender nuestras necesidades...y dejar ser a los demás...
¿Para qué la vamos a hacer sencilla si la podemos complicar! (...)
Así sufrimos, nos apagamos, envejecemos...
Un poco de obviedad, un poco de simpleza, un poco de practicidad pueden orientarnos.
¿Qué tal si cuando no quieres, dices que no; cuando te hace daño, lo dejas; cuando necesitas pedir, lo pides; cuando quieres dar, se lo das; y cuando quieres llorar o gritar, lo dejas salir?
¿Qué tal si cuando quieres comunicarte, te abres? ¡Y cuando estás contento, te ríes!
¿Qué tal si cuando ves al otro, lo aceptas como es, sin rotularlo?
¿Qué tal si te quedas aquí y ahora, lo único real, en donde hay tanto que no requiere ni del pasado ni del futuro?
¿Qué tal si te das a tu esencia y te dejas Ser verdadero?

viernes, 3 de septiembre de 2010

El reloj parado a las 7

(Relato de Giovanni Papini)

"En una de las paredes de mi cuarto hay colgado un hermoso reloj antiguo que ya no funciona.
Sus manecillas, detenidas desde casi siempre, señalan imperturbables la misma hora: las siete en punto. Casi siempre, el reloj es sólo un inútil adorno sobre una blanquecina y vacía pared. Sin embargo, hay dos momentos en el día, dos fugaces instantes, en que el viejo reloj parece resurgir de sus cenizas como un ave fénix.
Cuando todos los relojes de la ciudad, en sus enloquecidos andares, y los cucús y los gongs de las máquinas hacen sonar siete veces su repetido canto, el viejo reloj de mi habitación parece cobrar vida. Dos veces al día, por la mañana y por la noche, el reloj se siente en completa armonía con el resto del mundo. Si alguien mirara el reloj solamente en esos dos momentos, diría que funciona a la perfección... Pero, pasado ese instante, cuando los demás relojes callan su canto y las manecillas continúan su monótono camino, mi viejo reloj pierde su paso y permanece fiel a aquella hora que una vez detuvo su andar.
Y yo amo ese reloj.
Y cuanto más hablo de él, más lo amo, porque cada vez siento que me parezco más a él.
También yo estoy detenido en un tiempo.
También yo me siento clavado e inmóvil.
También yo soy, de alguna manera, un adorno inútil en una pared vacía.
Pero disfruto también de fugaces momentos en que, misteriosamente, llega mi hora. Durante ese tiempo siento que estoy vivo. Todo está claro y el mundo se vuelve maravilloso.
Puedo crear, soñar, volar, decir y sentir más cosas en esos instantes que en todo el resto del tiempo. Estas conjunciones armónicas se dan y se repiten una y otra vez, como una secuencia inexorable.
La primera vez que lo sentí, traté de aferrarme a ese instante creyendo que podría hacerlo durar para siempre. Pero no fue así. Como mi amigo el reloj, también se me escapa el tiempo de los demás. Pasados esos momentos, los demás relojes, que anidan en otros hombres, continúan su giro, y yo vuelvo a mi rutinaria muerte estática, a mi trabajo, a mis charlas de café, a mi aburrido andar, que acostumbro a llamar vida.
Pero sé que la vida es otra cosa.
Yo sé que la vida, la de verdad, es la suma de aquellos momentos que, aunque fugaces, nos permiten percibir la sintonía del universo.
Casi todo el mundo, pobre, cree que vive. Solo hay momentos de plenitud, y aquellos que no lo sepan e insistan en querer vivir para siempre, quedarán condenados al mundo del gris y repetitivo andar de la cotidianidad.
Por eso te amo reloj. Porque somos la misma cosa tú y yo."

Que nunca perdamos el tiempo cada vez que en nuestro reloj den las 7.

jueves, 2 de septiembre de 2010

El salto cuántico


Los átomos tienen un núcleo con protones y neutrones alrededor del cual giran los electrones en órbitas fijas situadas a diferentes distancias. Éstos giran en la misma órbita pero en ocasiones cambian a otra. Si absorbe la suficiente energía, un electrón puede cambiar a una órbita superior; si la libera, pasa a una inferior. Pero cuando un electrón se mueve no lo hace en el tiempo ni el espacio: en un momento está en la órbita A y al siguiente está en la B. A este fenómeno se le denomina salto cuántico: un cambio de estatus, un paso de un conjunto de circunstancias a otro, que ocurre de manera inmediata, sin sucesos intermedios. Éste es un fenómeno que ni los científicos pueden predecir. Se pueden crear modelos matemáticos que permitan un cálculo aproximado, pero nunca llegar a predecirlo del todo.

Se ha tratado también de encontrar un sentido a esta imprevisibilidad de la naturaleza. Algo tan simple como cuándo aparecen las primeras burbujas en el agua hirviendo o los patrones que sigue el humo de un cigarro. Estos fenómenos tan cotidianos pero impredecibles entrarían dentro de la llamada ciencia del caos. Porque el caos es lo que provocaría un salto cuántico de todos los electrones de los átomos del universo. En ella también entraría en llamado comúnmente “Efecto mariposa”, así como parte de la meteorología, aunque sea el más predecible de los fenómenos imprevisibles.

Los seres humanos, como seres cuánticos formados por un número incalculable de átomos, tampoco escapamos a estos saltos cuánticos. Experimentamos cambios aparentemente impredecibles y no sólo en el ámbito físico.

La mente humana es maravillosa, pero impredecible. La creatividad sería un ejemplo de éste tipo de saltos cuánticos. Las ideas novedosas surgen de forma espontánea e impredecible: en un momento esa idea no existe y al siguiente ya forma parte de nosotros, del mundo consciente. Entonces podemos llegar a obviar su impredecibilidad y no preguntarnos de dónde vienen esas ideas, asumiendo que simplemente aparecen. Y así parece ocurrir con todos los saltos cuánticos que dan lugar a algo positivo o productivo. Nos rendimos a la incertidumbre y simplemente apreciamos su belleza.

Pero...¿qué pasa con los saltos cuánticos que nos provocan pequeños caos? ¿Podemos vivir asumiendo esa imprevisibilidad, obviando su impredecivilidad y la imposibilidad de saber qué los provoca y por qué, ya sean nuestros o de los demás?

Tengo mis dudas... Porque, a veces, por mucho que asumamos, rendirse a la incertidumbre no resulta tarea fácil.


martes, 31 de agosto de 2010

El Centauro


(Cuento infantil versionado por J.Bucay)

Había una vez un centauro que, como todos los centauros, era mitad hombre y mitad caballo.
Una tarde, mientras paseaba por el prado, sintió hambre.
- ¿Qué comeré? -pensó-. ¿Una hamburguesa o un fardo de alfalfa? ¿Un fardo de alfalfa o una hamburguesa?
Y, como no pudo decidirse, se quedó sin comer.
Llegó la noche, y el centauro quiso dormir.
- ¿Dónde dormiré? -pensó-. ¿En el establo o en un hotel? ¿En un hotel o en el establo?
Y, como no pudo decidirse, se quedó sin dormir.
Sin comer y sin dormir, el centauro enfermó.
- ¿A quién llamaré? -pensó-. ¿A un médico o a un veterinario? ¿A un veterinario o a un médico?
Enfermó y sin poder decidir a quién llamar, el centauro murió.
La gente del pueblo se acercó al cadáver y sintió pena.
- Hay que enterrarlo -dijeron-. Pero, ¿dónde? ¿En el cementerio del pueblo o en el campo? ¿En el campo o en el cementerio?
Y, como no pudieron decidirse, llamaron a la autora del libro que, como no podía decidir por ellos, resucitó al centauro.
Y, colorín colorado, este cuento nunca se ha sabido que haya terminado.

lunes, 30 de agosto de 2010

Dogmatizando falacias

Siempre me ha gustado que me sorprendan cinematográficamente hablando. Y, en este sentido, hay películas que, a pesar de que su única pretensión aparente sea entretener, contienen diálogos que parecen ir más allá de su objetivo principal. Quizá todo dependa de los ojos que la miran y los oídos que la escuchan y del filtro por el que pasamos esa información a través de estos sentidos, un filtro compuesto por miles de elementos (personalidad, valores, circunstancias...) que nos marcan y definen, así como lo hacen con todo lo que pasa por él. Quizá por eso unos ven oro donde otros sólo ven bisutería. El caso es que no creo que importe si es oro o no en realidad, sino que para cada uno lo sea.
Pero ésta interpretación personal es un arma de doble filo. De la misma manera que convertimos algo aparentemente banal en trascendental a través de nuestra interpretación, también corremos el riesgo de confundir lo que quisiéramos que fuera con lo que realmente es, realidad con deseo. En definitiva: dogmatizar una falacia.
Y lo hacemos constantemente. Unos lo llaman "engañarse a uno mismo", otros "tener fe" y la mayoría ni siquiera contempla la posibilidad de falacia. Porque no conviene. Porque convertir lo que quisiéramos en dogma hace que creamos aún más en ello. Nos reafirma para seguir defendiéndolo. ¿Qué importa si es cierto o no? El tiempo ya nos lo dirá y será entonces cuando se nos caiga el dogma o no. Hasta entonces, mantengamos el beneficio de la duda para ser felices, ¿no?

Siempre me ha gustado este diálogo de The Mexican.
Dicen que en el cine todo es mentira. Yo prefiero no estar de acuerdo.



Sí, está sin subtitular. Pero también podéis oírla doblada (1:21:47) o verla entera si aún no lo habéis hecho. Dudo que os arrepintáis.

Para descargar: http://www.megaupload.com/?d=74BY5NYA

Para ver online:

viernes, 27 de agosto de 2010

Planetes Marins

Aigüa avall baixava una rosa.
Cel amunt volava un ocell.
I la flor besava una onada
que d'una abraçada la deixà sense arrels.

Entre núvols l'ocell la mirava
Queien els pètals, nua la flor
Tot piulant volia salvar-la
Però les espines punxaven el vol.

ELS AMORS QUE NO OBLIDARÉ
SÓN AQUELLS QUE NO VAIG TENIR
SI POGUÉS, NOMÉS, SOMIAR
QUE UNA ONA EM POGUÉS ESTIMAR.

Era el mar més gran que recordo
Un planeta de peixos i sal.
I la flor per més que estudiava
la seva bellesa no aprenia a nedar.

ELS AMORS QUE NO OBLIDARÉ
SÓN AQUELLS QUE NO VAIG TENIR
SI POGUÉS, NOMÉS, SOMIAR
QUE UNA ONA EM POGUÉS SEGRESTAR.


martes, 17 de agosto de 2010

Darse cuenta


(Cuento inspirado en un poema de un monje tibetano, Rimpoché, reescrito por J.Bucay)

Me levanto por la mañana.
Salgo de mi casa.
Hay un socavón en la acera.
No lo veo
y me caigo en él.

Al día siguiente
salgo de mi casa,
me olvido de que hay un socavón en la acera,
y me vuelvo a caer en él.

Al tercer día
salgo de mi casa tratando de acordarme
de que hay un socavón en la acera.
Sin embargo,
no lo recuerdo
y caigo en él.

Al cuarto día
salgo de mi casa.
Recuerdo que tengo que tener presente
el socavón en la acera
y camino mirando al suelo.
Y lo veo y,
a pesar de verlo,
caigo en él.

Al sexto día
salgo de mi casa.
Recuerdo el socavón en la acera.
Voy buscándolo con la mirada.
Lo veo,
intento saltarlo,
pero caigo en él.

Al séptimo día
salgo de mi casa.
Veo el socavón.
Tomo carrerilla,
salto,
rozo con la punta de mis pies el borde del otro lado,
pero no es suficiente y caigo en él.

Al octavo día,
salgo de mi casa,
veo el socavón,
tomo carrerilla,
salto,
¡llego al otro lado!
me siento tan orgullosos de haberlo conseguido
que lo celebro dando saltos de alegría...
Y, al hacerlo,
caigo otra vez en el pozo.

Al noveno día,
salgo de mi casa,
veo el socavón,
tomo carrerilla,
lo salto
y sigo mi camino.

Al décimo día,
justo hoy,
me doy cuenta
de que es más cómodo
caminar...
por la acera de enfrente.

martes, 3 de agosto de 2010

Los Ysis

¿Cuántas veces te has preguntado "¿cómo hubiera sido mi vida si hubiera hecho X...si hubiera pasado Y...si hubiera dicho Z...?" ?
Estas letras esconden caminos que nos conducirían a múltiples posibilidades que, como las letras mismas, representan una incógnita. Porque no tenemos capacidad para saberlo. Quizá, si antes de nacer pudiéramos ver todo nuestro futuro, todos nuestros infinitos caminos y posibilidades de lo que será después nuestra vida y esa información no se nos borrara al nacer, podríamos responder esas incógnitas...

...¿O no? Porque infinitas posibilidades implica eso: un número infinito de opciones y eso dificultaría infinitamente la capacidad humana que más nos define, la de elegir. Nos define doblemente: porque nos diferencia de cualquier otro ser vivo, ya que utilizamos el intelecto (aunque no sólo éste) para llevar a cabo la mayoría de nuestras elecciones y porque son éstas las que nos acaban definiendo como personas.
Porque al elegir, al tomar una decisión, estamos diciendo qué y cómo somos, qué queremos y qué queremos ser. Si no pudiéramos elegir por exceso de opciones, nunca lo sabríamos. Seríamos Nadies. Aristotélicamente hablando, seríamos muchos Alguienes en potencia pero, en definitiva, Nadies por no acabar en acto.

Mientras no escoges todo es posible. Y esa es una idea seductora y romántica para unos seres que en su mayoría se pasan la vida haciéndose preguntas sobre su existencia como somos los humanos. No podemos evitar que aparezca algún que otro "Y si..." en determinados momentos clave de nuestra vida o simplemente en los más cotidianos. Como seres inconformistas que somos, nos fascinan los condicionales, los caminos que "podríamos" haber tomado a veces incluso más que el que ya escogimos. Y el por qué lo escogimos se disipa, pierde peso y hasta se nos olvida vivirlo como se merece, como nos lo merecemos.

Como fanáticos de los "Ysis", cuando nuestras elecciones en la vida nos llevan a caminos que no esperábamos, nos gustaría que esa opción de infinitas opciones fuera posible. Pero no lo es. No existe la elección de no elegir. Porque, para todo en la vida hay que escoger. La vida es elección constante (que no siempre consciente). Y es sólo así como esa característica tan humana que tenemos llamada libertad o libre albedrío adquiere realmente valor. Y con ello, nuestra propia existencia en sí.

No se puede tener todo. No se puede ser todo. No podemos optar a todo ni podemos elegir no elegir, aunque a menudo lo veamos como la posible solución ficticia a todos los errores que cometemos en la vida. Porque, si pudiéramos ser cualquier cosa constantemente, no seríamos nadie en concreto. O dicho de otro modo: no seríamos Alguienes, sino Nadies.
No es fácil elegir, porque elegir implica perder aquello que no se elige y todo lo que ello puede implicar. Una cadena de pérdidas, de caminos que no serán recorridos, de lugares y personas que no serán conocidos, sobre todo una, la más importante: el Yo mismo que podríamos llegar a ser en cada una de estas opciones.

Pero, ¿quién dijo que fuera fácil? Y es precisamente esa dificultad la que hace interesante y realmente valiosa esa única oportunidad que se nos da para tomar decisiones y ser un Alguien que llamamos vida.
Y la vida es como un juego. Así que... hay que apostar, ¿no?

sábado, 31 de julio de 2010

Cuentos de Palmira


Érase que se era una doncella llamada Virginia que habitaba en la pequeña y lejana isla de Palmira. No era ni muy guapa ni muy fea, pequeña y de apariencia débil, pero de gran fortaleza mental. Tenía un corazón mixto: frágil pero de fuerte latir. A Virginia le gustaba la paz de Palmira y sus gentes, a pesar de que a veces eso era justamente lo que la asfixiaba y que hacía tiempo que no encontraba esa paz que la caracterizaba. También le gustaba mucho pensar, quizá demasiado.
Un día de esos en los que salía a pasear y pensar por los bosques de Palmira, un fuerte sonido la sacó de sus pensamientos. El sonido de un galope de caballo cada vez más cercano. Virginia se detuvo a escuchar y, al detenerse, apenas tuvo tiempo de ver cómo se le acercaba un corcel sobre el que cabalgaba un caballero que, al verla, tiró fuertemente de sus riendas y frenó en seco al animal, que logró detenerse a pocos centímetros de la doncella.
Ésta, aún asustada por la repentina aparición, contemplaba fascinada al corcel y a su jinete, un apuesto caballero de fuertes brazos y reluciente armadura, que contribuía a aumentar el tamaño de su caja torácica, que ya de por si se intuía grande.
- Disculpad, bella dama. No pretendía sobresaltaros -dijo mientras acariciaba su caballo y lo desmontaba-. Mi nombre es Arestes -y tendió su mano para coger la pequeña mano de Virginia y besarla mientras hacía una reverencia.
- No os preocupéis, ha sido un susto sin importancia -aclaró Virginia para tranquilizar al caballero-. Mi nombre es Virginia.
- Buenos días, bella Virginia. Volvía de una de mis cruzadas e intentando darle caza a un animal me he perdido por estos parajes y estaba intentando encontrar la salida. ¿Podría usted ayudarme a encontrarla?
- Por supuesto. Conozco muy bien estos bosques, aunque hay varios senderos que conducen a varios destinos, todo depende de donde usted quiera ir -respondió Virginia.
- Pues la verdad es no lo tengo muy claro.
- Pues así me resultará bastante difícil indicarle el camino.
- Lo único que sé es que me siento a gusto entre estos árboles. Desde que me he perdido en este bosque mi único objetivo era salir de él, pero ahora siento que una gran paz ha invadido mi interior. Creo que me quedaré un rato más disfrutando de ella...Si no le molesta mi compañía, claro está.
- ¡No! ¡Por supuesto que no! -se apresuró a aclarar Virginia. Precisamente ella también sentía algo parecido a lo descrito por el caballero, a pesar de haber caminado muchas veces por aquellos senderos del bosque.
Caballero y doncella pasearon juntos durante mucho tiempo, horas, charlando, riendo, intercambiado ideas y sensaciones... A pesar de no haberse visto nunca antes, ambos tenían la sensación de que se conocían desde siempre. Se sentían como en casa. Tan a gusto estaban que no se percataron de que la noche cayó sobre ellos.
Entonces Arestes llevó a Virginia en su corcel hasta su castillo y, en el momento de despedirse, mirándose a los ojos y sin decir palabra, la besó. Fue un beso sencillo, corto pero sincero y tan poderoso que el mundo pareció desaparecer a su alrededor.
Con esa sensación aún invadiendo sus corazones, Arestes se despidió de la doncella sin mediar palabra, subió a su cordel y se alejó cabalgando ante los ojos de una sonriente Virginia.

Después de aquel hubo muchos más encuentros entre Virginia y Arestes. Encuentros, momentos, instantes en los que el mundo volvía desaparecer, así como Arestes al galope al final de estos. Eran tan intensos que su amor fue creciendo hasta ocupar una extensión similar a la mismísima isla de Palmira. El corazón de Virginia latía con más fuerza que nunca, y lo mismo sentía el caballero Arestes debajo de su armadura.

Un día en el que Arestes cabalgaba tranquilamente al paso con Virginia sobre el lomo de su caballo, al caballero le pareció ver un hermoso cervatillo corriendo y saltando a lo lejos. Arestes, sin pensarlo dos veces, tiro de las riendas de su corcel y este acelero poco a poco su paso. Con el trote, Virginia comenzó a sentirse mal, hecho que no comunico al caballero por miedo a que este frenara y perdiera de vista el tan atrayente cervatillo. Pero el trote cada vez era más intenso y Virginia comenzaba a marearse, así que se lo hizo saber al caballero. Arestes la escucho y tiro de las riendas, reduciendo un poco su velocidad. Pero, al volver a divisar al cervatillo en la lejanía, volvió al trote. Virginia volvió a advertirle de su malestar, pero esta vez Arestes no la escucho. Del trote paso al galope y Virginia, que ya no lo soportaba mas, salto del caballo, rodando por el suelo, mientras el caballero de alejaba tras aquel animal. De repente, Arestes perdió de vista al cervatillo de nuevo y, al frenar para deducir su camino, se percato de que había cabalgado solo. Cuando miro atrás vio a lo lejos a Virginia vomitando apoyada en un árbol del camino.
- Perdonadme, mi dama. No pretendía haceros sufrir. No me di cuenta... -se disculpo el caballero, mientras acariciaba el cabello de Virginia, aún recuperándose.

- Lo sé. Os he intentado avisar… -pálida y con expresión agotada.

- Tenéis razón. Perdonadme. Soy un egoísta, un insensible, un…

- ¡No! –interrumpió Virginia ante la clara aflicción del caballero-. Sé que no lo sois. Sois generoso y sensible. El ruido del galope debe haber impedido que oyerais mi voz con claridad.

Arestes besó a Virginia en la frente, la abrazó, la subió delicadamente en su caballo y ambos salieron del bosque, muy despacio y en silencio.

CONTINUARÁ…





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